Sólo el tiempo podrá determinar con exactitud cuánto de histórica
tuvo la jornada de ayer en la Asamblea General de las Naciones Unidas.
El presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, le presentó una
solicitud al secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, para que
reconozca a Palestina como un Estado miembro de la comunidad
internacional, de la que luego agitó una copia delante del plenario. El
anuncio provocó el aplauso de pie de una amplia mayoría de las
delegaciones, en el clímax de una sesión emocionante. “Después de 63
años de sufrimiento ya basta, ya basta, ya basta. Ha llegado el
momento”, se pronunció Abbas. Dos oradores más tarde, el primer ministro
de Israel, Benjamin Netanyahu, rechazó la posibilidad del
reconocimiento hasta tener “acuerdos reales” para la seguridad de su
país. El pedido palestino será analizado el lunes por el Consejo de
Seguridad, donde Estados Unidos ya avisó que hará uso de su derecho a
veto en caso de ser necesario. Con todo, un camino se abrió y hubo
festejos en la Plaza Arafat de Ramalá.
En el aire había algo eléctrico, y no sólo por la tormenta que cayó
durante todo el día en Nueva York. Hacía mucho tiempo que una Asamblea
de las Naciones Unidas no debatía un tema con tanto acaloramiento como
ocurrió durante esta semana por el reconocimiento del Estado palestino.
Los dos grupos ya habían agotado su capacidad de lobby y llegaron a la
jornada decisiva más o menos como se había previsto. Abbas decidió
seguir adelante con su planteo, sin importar lo que sucediera. Sabía que
tenía a su favor el número de apoyos, pero en contra el rechazo de los
países desarrollados. Eso había quedado claro en el primer tramo de la
Asamblea, con Dilma Rousseff y Cristina Kirchner en fervorosa defensa
del reconocimiento palestino –“Vamos a contribuir a vivir en un mundo no
solamente más seguro, sino también en un mundo más justo”, argumentó la
Presidenta argentina–, mientras que Barack Obama y Nicolas Sarkozy se
pronunciaron con igual determinación, pero en contra de la movida.
En la sala de prensa de la ONU se podía seguir a pantalla partida
los movimientos del presidente palestino tras bambalinas, como si fuera
una estrella de rock. Veterano de las guerrillas palestinas de los
setenta con el nombre de Abu Mazen, Abbas debió haber imaginado varias
veces una jornada como la de ayer que tal vez no culmine con éxito, pero
que ya le permitió una gran ganancia simbólica. En un momento se lo vio
saludando y luego sentado en una larga mesa con Ban Ki-moon. Parecía un
saludo protocolar, pero después reveló que era el momento en que le
entregaba la petición palestina.
Abbas
La Asamblea lo recibió a las 12.14 con una ovación, poniendo en
evidencia de qué lado estaban la mayoría de las simpatías. En su
mensaje, Abbas presentó a Israel como culpable de no cumplir con las
resoluciones de las Naciones Unidas y de ser el responsable del fracaso
de las negociaciones de paz. Además, lo acusó de nunca abandonar la
política de asentamientos en sus territorios destruyendo el modo de vida
de los palestinos. “El gobierno de Israel sigue confiscando la tierra
de los palestinos a través de los asentamientos y acelerando la
construcción del muro. Continúa con sus agresiones en la Franja de
Gaza”, lanzó. Aunque aclaró que su objetivo no era “aislar ni
deslegitimar” a Israel, sino la acción de sus colonos y, en cambio,
legitimar a los palestinos.
Abbas hizo un largo repaso de los padecimientos de su pueblo.
“Redadas, detenciones, matanzas en los puestos de control”, detalló.
Entonces, con timing del buen orador que dosifica el suspenso, hizo el
anuncio de que ya había presentado al secretario general de las Naciones
el pedido para que el Estado palestino sea reconocido con las fronteras
que tenía al 4 de junio de 1967 y capital en Jerusalén, a la que llamó
por su nombre árabe, Quds Al Sharif.
“Este es el momento de la verdad, y mi pueblo está esperando
escuchar la respuesta del mundo. Somos el último pueblo en estar
ocupado. ¿Permitirá el mundo a Israel estar por encima de la ley? ¿Es
esto aceptable?”, se preguntó. “No creo que nadie que tenga conciencia
pueda rechazar nuestra petición de ser miembros libres en las Naciones
Unidas y que se nos acepte como un Estado independiente.” En el tramo
final de su discurso de poco más de media hora, Abbas fue varias veces
interrumpido por aplausos. “Es hora de que el pueblo palestino consiga
su libertad y sus derechos. Ha llegado la hora de la primavera
palestina, de la independencia”, continuó.
En el cierre, el presidente palestino citó a un poeta árabe.
“Tenemos una sola meta, el ser, y así será”, culminó, con otra ovación
de varios segundos de fondo.
Netanyahu
Las razones del orden de la lista de oradores de la Asamblea nunca
están del todo claras, obedecen a distintas variables. La cuestión es
que no había pasado ni una hora del discurso de Abbas cuando el premier
israelí ya estaba en el estrado para responderle. Los estilos fueron
bien diferentes. Abbas habló en árabe y con emoción. Netanyahu lo hizo
en su fluido inglés americano, aprendido durante sus años de educación
en Estados Unidos. A veces acodado sobre el atril, parecía un avezado
político norteamericano. Incluso por su por momentos feroz tono irónico,
ausente en el mensaje de Abbas.
Como cuando arrancó y dijo ser consciente de que Israel no tenía una
buena imagen en las Naciones Unidas dado que había recibido en ese
ámbito más condenas que el resto de las naciones juntas. Concluyó que
esa “mayoría automática” podía decidir cualquier cosa. Puso como
ejemplos que en algún momento la Libia de Muammar Khadafi presidió la
Comisión de Derechos Humanos y la Irak de Saddam Hussein, la de Desarme.
“Es la parte desafortunada de la ONU”, disparó.
Tanto Abbas como Netanyahu mantuvieron las formas durante sus
discursos, hablando siempre a favor de un eventual diálogo entre ambos y
tendiendo la mano hacia su rival. Sin embargo, durante la mañana, la
representación diplomática israelí en las Naciones Unidas había
difundido por Twitter y otros medios un supuesto discurso privado de
Abbas en el que aseguraba que nunca reconocería “al Estado judío de
Israel”, aun cuando Palestina obtuviera su reconocimiento.
La estrategia de Netanyahu fue presentar a Israel como la única
democracia de Medio Oriente, una solitaria contención en una región de
islamistas radicales. “No vine a buscar aplausos, vine a hablar con la
verdad”, tiró, dolido por las ovaciones que Abbas había recibido unos
minutos antes. “La paz debe basarse en acuerdos de seguridad, no debe
salir por resoluciones de las Naciones Unidas. Los palestinos quieren un
Estado sin paz, ustedes no pueden dejar que esto suceda”, siguió.
Dijo que era falso el argumento de Abbas de que el avance de los
asentamientos era el motor del conflicto. Primero, porque el conflicto
era previo a que comenzaran los asentamientos. Segundo, porque Israel se
había retirado del sur del Líbano y de Gaza y la violencia había
seguido. Más ironías: “Abbas dijo que los palestinos sólo están armados
de esperanzas y sueños, pero no mencionó las diez mil armas y
proyectiles que les proporciona Irán”. En otro tramo sostuvo “que la
Primavera Arabe no se transforme en el invierno iraní”.
Netanyahu argumentó que Abbas ni siquiera pudo imponer la paz en
Gaza, así que difícilmente pueda garantizarla a Israel. “No hay paz, hay
guerra. Tenemos a Irán, que ha abatido a la Autoridad Palestina allí, a
través de su satélite, Hamas”, definió. Concluyó que nadie querría
tener el peligro tan cerca de sus familias. Por eso propone que “los
palestinos deben conseguir la paz con Israel antes de conseguir su
estado, después no lo vamos a poder hacer. Cuando haya paz, seremos el
primer país en reconocer aquí a Palestina como Estado independiente”. Y
le propuso a Abbas sentarse a negociar ayer mismo, en el edificio de las
Naciones Unidas.
Con sus propuestas dialoguistas de cierre, Netanyahu también consiguió una despedida digna con una buena cantidad de aplausos.